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El Gusto de Ser el Último en Llegar



Soy el último de cuatro hermanos. Tardé años en dar el estirón y siempre fui un canijo en mis años de escuela. En mi pandilla de adolescentes fui el último en besar a una chica y, ya de adulto rondando los cuarenta, sigo sin cogerles el ritmo al no haber firmado ninguna hipoteca ni dejar más herencia biológica que mi carnet de donante de órganos.

Es tal mi costumbre de ser el último o de llegar tarde a los sucesos de la vida que siempre pierdo el último autobús. Paso los viernes tratando de encontrar la pareja que creo estoy destinado a encontrar en sábado y, después de haber desperdiciado mi dinero tratando de ganar el tiempo perdido, no me queda otra que volver a casa caminando, sólo, víctima del afán por desencadenar un episodio relevante en mi biografía que me permita dejar de ser la nada en punto.

Me siento un desclasado cargado de motivos para la rebeldía. Motivos no me faltan. Siempre son otros quienes acceden antes que yo al dinero, a la gloria y a los besos de las mujeres resplandecientes que deseo. Cada madrugada del viernes, regresando a casa, recorro un camino que hoyo con resentimiento. Volver a casa, sin nadie a tu lado, es vivir descolgado del pelotón de los favoritos.

Cada paso por las aceras empedradas del centro de Salamanca me traslada, sin remedio y sin querer evitarlo, a la París Roubaix. Me veo como los ciclistas descolgados a las primeras de cambio. Un abandonado a su suerte que aún tiene por delante cientos de kilómetros en la más absoluta soledad, sin nadie haciendo guardia hasta su llegada. Los únicos espectadores que se asoman a la silenciosa hazaña son quienes, apostados en la cuneta le contemplan pasar a su lado en la carretera, observan con la condescendencia del que miraría a un soldado marchando al frente a luchar en una guerra que su bando perdió hace muchas batallas. Pese a todo, el próximo viernes volveré a hacerlo.

Y vuelvo porque espero que, como a los viejos farollilos rojos del Tour de Francia y a la maglia nera del Giro de Italia, un día, cuando llegue a casa alguien espere mi entrada para premiarme con la retribución de sus besos y un chocolate caliente. Alguien que me haga portar con orgullo mis distinciones por ser el último y que no me acuse de doparme para mantener mi reinado del fracaso.  Una persona con quien pasear a su lado por la Plaza Mayor sea como dar la vuelta de honor a los Campos Elíseos.

Después de todos los viernes que llevo sufridos sé que cuando te encuentre será el último. Y cuando te vea, aunque lo haga fuera de control, sólo déjame decirte que siento haber sido el último en llegar hasta ti, pero he llegado.

El Gusto de Ser el Último en Llegar Reviewed by Ignacio Bellido on 17:45 Rating: 5

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