Déjame Desabrochar tu Curiosidad
De verdad pensaba que la conocía. Habíamos acumulado una
decena de citas y creía conocerla en profundidad. Saber con certeza lo que le
pasaba por la cabeza, adivinar lo que necesitaba en cada momento. Cuándo la
conversación requería de sentido del humor y en qué momento no era adecuado
recurrir a las palabras porque lo que necesitaba era un gesto cariñoso que le
devolviese la energía. Estaba en esa etapa en la que, con una mirada, me
sentía capaz de leer los versos ocultos de su alma.
Creía conocerla bien. Hasta que, en su casa, tras una noche
en la que amanecimos pasada la hora de comer, postrado ante su
Smart TV cometí el doble error de investigar su Netflix y su Spotify. No podía
imaginar que al hacerlo me vería convertido en Sísifo arrastrado ladera abajo
por el peso de la piedra de las ideas preconcebidas. Resulta que ella es dual,
en Netflix sólo ve dos cosas: comedias románticas y películas sobre el fin del
mundo. Amor y barbarie. 500 días juntos y La Guerra de los Mundos. Anillos de
boda o bombas atómicas. Su película recomendada, en razón de los algoritmos que
construyen hoy nuestras decisiones, debería tratar sobre una camarera de pisos
que, movida por el dolor de su última ruptura, decide matar de hambre a la
humanidad a base de fumigar los campos con lejía y Cristasol.
Decidido a escapar de mi aturdimiento recurrí a la música.
Para mí la música siempre ha conseguido apaciguarme y ayudado pensar con
claridad. Pulsé el botón atrás y entré en su Spotify. Me parece de gente
sensata y de principios no recurrir a la versión gratuita en la que un anuncio
interrumpa una sonata de Chopin. Ante mis ojos, como una señal de
alarma, su música de uso intensivo y las recomendaciones. Recibí en apenas un
pestañeo un directo encadenado con un crochet de izquierdas que descolgó mi
mandíbula a la vez que mi mirada se perdía extraviada en su techo. Rock
cristiano. Amor, barbarie y redención.
Derrumbado en su sofá, tratando de recuperar el aire y la
compostura, no quise verme derrotado por KO hasta el último asalto. Por eso,
dediqué los siguientes días antes del siguiente fin de semana en
profundizar en sus gustos. Inicié la semana viendo películas
acerca de las múltiples formas en las que puede devenir el apocalipsis, ya sea por
una conspiración urdida en el más remoto confín del universo, o por negar un
gesto de afecto o consuelo a alguien que albergará, en lo más profundo de su
ser, un odio de tal calibre que no será mitigado hasta ver desaparecer al
último de sus semejantes.
Las noche del miércoles fue aún peor. Se me ocurrió explorar
el lado romántico de sus preferencias y descubrí que el amor se disfrazó mucho
tiempo de Hugh Grant y de Julia Roberts. Fue tal el nivel de hiperglucemia que
no se me ocurre peor tortura para una persona diabética que encadenar tres
películas en las que esta sea la pareja protagonista. Prefiero el fin del
mundo a pasear por Notting Hill. Al menos sé que, de ese modo, perdemos todos. Incluidos Julia y Hugh.
Toda una recompensa.
La sorpresa positiva me la llevé con el rock cristiano que
me acompañó durante la semana en cada desplazamiento. Los atascos, los retrasos
y las multitudes se convirtieron en episodios llevaderos. Me sentía como el
héroe que posee todas las respuestas. Capaz de tener una visión preclara de las
cosas que observa con la mirada condescendiente de unos padres que, viendo que
su amado hijo va camino de su autodestrucción, deciden esperar al último
instante para evitarla y que el sentimiento de redención sea mayor al tiempo
que aumenta, exponencialmente, la gratitud debida.
Sentados en el sofá la observo secarse el pelo tarareando una canción que no consigo reconocer. El día que nos conocimos me
pareció una chica de lo más normal. Pero uno debe aceptar los riesgos de bajar
la cremallera de la curiosidad y asumir que todos tenemos nuestros secretos.
Ocurre que, en mis últimas relaciones, voy cada vez más a la deriva y me
equivoco con mayor frecuencia al tratar de adivinar quién es la persona que tengo delante.
Los pisos son cada vez más pequeños y está de moda el minimalismo.
Ya apenas se ven libros, películas y discos en las casas. Los trazos de
una persona que no permitían identificar el cuadro entero y poblarlo de matices. Ahora todos nuestros
gustos están virtualizados y es más fácil vernos víctimas de un intento de
camuflaje. Sin darnos cuenta de que, por mucho que intentemos esconder nuestros
verdaderos gustos y nuestros deseos, siempre acaban aflorando.
Viendo cómo se alborota su pelo con el secador me doy cuenta
que somos como pájaros que, por mucho que intentemos decorar nuestro plumaje,
no podemos escapar de lo que somos. Por mucho que optemos por disfrazarnos o
escondernos para parecer más fuertes es imposible huir de uno mismo. La vida no
es una cuestión de plumas, sino de actitud, de aplomo. Ni ella ni yo podemos
escarpar de lo que somos y, si seguimos juntos, será porque hemos decidido sobrevivir
sin disfraces, y que, como en las películas que le gustan podamos ser de los
que mueren al principio, deprisa, sin engañar a nadie.
Déjame Desabrochar tu Curiosidad
Reviewed by Ignacio Bellido
on
18:34
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