Turismo por una Taza de Café
Ayer volví a casa a recoger mis cosas. Era cerca del
mediodía y la lluvia regaba la ciudad dando una tregua al frío seco que se
había instalado desde el año nuevo. Nada más entrar, un olor que creí reconocer
como familiar me sorprendió pero, tras
estos cuatro meses sin pisar el apartamento, tenía la sensación de ser un
intruso. De estar cometiendo un allanamiento de morada.
Fueron dos años los que habíamos vivido juntos entre esas
paredes, conocía cada uno de los rincones y sabía identificar de donde procedía
cada uno de los ruidos de la casa. Pero, tras todo este tiempo fuera, parado en
el umbral, todo lo que me aparecía a la vista me parecía una fotografía costumbrista
de la que no formaba parte. En la cocina, junto a la cafetera, seguía estando
la colección de tazas de The Beatles. La manta con la que
nos arropábamos descansaba en sofá y los libros seguían estando allí donde los
había dejado. Sobre la cama pude ver doblado el pijama de panda del que tirabas
cuando afuera helaba. En el baño, apilados cada uno de tus perfumes. Afuera, en
la terraza, tu ropa, solo tu ropa, lloraba arrugada su mala suerte. El paisaje
era reconocible pero muchas cosas habían cambiado. El frutero estaba vacío y el congelador lleno
de tu lasaña preferida. Había plantas que seguían con vida y, por lo que puede
ver en el fregadero, habías cambiado de vajilla.
Me dieron ganas de recoger la ropa tendida, de hacer la
cama, de dejarte algo de comida preparada pero tomé la decisión de quedarme
quieto y no hacer nada. Esa casa ya no era la mía, era la casa de otra persona
que ya no conocía. Recoger mis cosas apenas me llevó diez minutos y una caja donde
sobró espacio para la última Play Station, los libros que aún no había leído, ropa, repuestos para la
bicicleta y la taza del disco Sgt Pepper’s. No necesitaba nada
más, del resto deberías ocuparte tú de tirarlo a la basura: mi cepillo
eléctrico, la espuma de afeitar, un par de cazadoras y el juego de ruedas
antiguas de la bicicleta.
En un viaje lo guardé todo en el coche pero, una vez abajo,
tuve el deseo de subir de nuevo. Quería no solo dejarte las huellas de mi
pasado, sino dejarte, también, un rastro para que sepas quién soy ahora. Me
sentía con el derecho de hacerlo y aún no había dejado las llaves en el buzón
como acordamos. Subí a tomarme un café. Lo saboreé con calma, mientras recorría
con la mirada de nuevo cada uno de los objetos, no toqué nada aunque tuve la
tentación de curiosear en tu ordenador, de leer el cuaderno de notas donde
apuntabas las cosas importantes, ni siquiera abrí los cajones para comprobar si
habías comprado lencería nueva. Permanecí tranquilo, sin levantar sospechas,
tratando de mostrar la convicción en su buen hacer de quien se sabe vigilado.
Al marcharme dejé la taza por fregar y las llaves en el
buzón. Volví a casa agotado, como si hubiese hecho un viaje de ida y vuelta al
extranjero en apenas una mañana. Hice el viaje de regreso lo más rápido que
puede, ya sabes que no soporto, más aún desde que dejé de beber, cruzarme con
gente que me importa una mierda y que,
encima, no me queda más remedio que soportarla. Por eso, al llegar, volví a encerrarme
en casa para no tener que hacer frente de nuevo a los semáforos, a la
contaminación acústica, a los recibos que esperan en el buzón, a los ceda el
paso ni a la gente que sonríe sin motivo.
Hay una cosa importante que no te he dicho. He dejado de
tomar antidepresivos, además de la bebida he dejado los antidepresivos. Ya sé
que me iban bien y que, estas últimas semanas, me estaban siendo de ayuda. Por
eso los he dejado. Porque me hacían olvidar el dolor que me causas. Seguiré
aquí encerrado en mi nueva casa no sé por cuánto tiempo aunque, si vienes,
avisa y bajo a comprar tabaco y unas latas de cerveza.
Turismo por una Taza de Café
Reviewed by Ignacio Bellido
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20:00
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