Coleccionando Agostos
En los veranos de la infancia en los ochenta y noventa, de agosto a septiembre, una obsesión creciente cada año se apoderaba de mí. Me importaban un bledo las chicas y sus invitaciones para ir a la piscina, me daba exactamente igual la música que sonaba en los 40 principales y no quería saber nada de los cuadernos de vacaciones Santillana.
Durante mes
y medio, mi mente y energía se centraban en la consecución de un reto apasionante: completar la colección de cromos de
la Liga de Ediciones Este, nunca Panini, que ayudaban a conformar el ritual de un nuevo verano.
Coleccionar cromos cada verano es de las cosas que más cosas
me han aportado en la vida. La primera, quizá no muy sana, es un gusto por el
olor a pegamento líquido Imedio y al de las más sofisticadas barras Pritt. La segunda, derivada de ésta, aunque nunca he tenido que ponerla en práctica, es el
descubrimiento de que, con estas barras de pegamento, uno puede obtener copias
precisas de las huellas dactilares de una persona. Y una tercera, la más útil, aprender a determinar cómo completar los espacios vacíos que que se abren en el alma. Por aquel entonces había que elegir entre Prosinecki o Martín Vázquez, Tomás Reñones o Patxi Ferreira, Ablanedo I o Luis Sierra… con un criterio definido: el primer cromo en
aparecer sería quien ocupase ese recuadro en el albul, el mejor jugador de los dos o, el más ambicioso y seguido por la
amplia mayoría, no tener por qué elegir y desear a los dos. Ya idearíamos la
fórmula en que ambos tuvieran cabida, como cuando años más tarde, he tenido que elegir entre tabaco o deporte, vivir solo o acompañado, amigos o pareja...
Siguiendo con las cosas buenas que aportó a toda mi generación
Ediciones Este, está su incuestionable contribución al desarrollo de nuestra memoria. Cada uno de nosotros,
nunca tuvo que recurrir a una lista para saber qué cromos le faltaban ya que sabíamos cada
uno de los huecos que socavaban su álbum. Eran nombres y rostros que nos
quitaban el sueño por las noches, al tiempo que los rescataban por el día en cada
visita al kiosco a por un nuevo sobre. Esos agujeros negros del álbum permanecían grabados a fuego en nuestra
mente, por eso no podíamos dejar de burlarnos de los principiantes del FBI. Siempre
nos pareció una broma de mal gusto y una evidencia de la laxitud de las pruebas de accesi a la policía. Si las personas encargadas de nuestra seguridad tenían que colgar un retrato del sospechoso y elaborar en una lista de
los hombres más buscados para no olvidarlos, siempre irían por detrás y los delincuentes tendrían ventaja. En Garrido jamás olvidábamos una
cara y nunca necesitamos una lista.
Asi, todos los que cada domingo por la mañana, cruzando la frontera de Garrido, llevábamos como equipaje una caja de zapatos o una colorida riñonera repleta de cromos repetidos, perfectamente organizados, acudíamos al
parque de la Alamedilla, nuestro particular Wall Street, a intercambiar cromos recordamos perfectamente los ojos
azules de Gabi Moya, las gafas de sol de Benito Floro el año que entrenó al
Real Madrid, un delantero del Oviedo llamado Andrades, la melena punky de
Ayarza en el Rayo Vallecano, el bigote castaño de Gonzalo del Lleida y el
moreno de un ruso con aire de capitán de los soviets llamado Zygmantovich. No
hay cara ni nombre de aquellos veranos que hoy, 25 años después, no se reproduzca
en mi cabeza con total nitidez.
Allí, en la Alamedilla, aprendí mucho acerca del funcionamiento
del mundo adulto. La facilidad con la que es posible forjar relaciones basadas únicamente en el beneficio económico: conseguir el cromo deseado, utilizando, para ello, la manida táctica de recuperar viejas
amistades o tratando de crear alguna nueva. La importancia de forjar alianzas, que se desvanecían tan rápido como se habían formad,o para encarar todo proceso
de negociación con garantías de éxito. Y, sobre todo, aprendí que todo en esta vida
tiene un precio que alguien está dispuesto a pagar.
El mercado de los cromos se regía por una lógica económica
sencilla. Un cromo por otro o, en su defecto, un cromo un duro. Había ocasiones
en los que algunos cromos podían llegar a valer cinco duros, dependiendo de las
prisas por cubrir un vacío en una página pero, sobre todo, para poner fin a una
tragedia emocional. Y es que, un cromo podía llegar a encandilarte a primera
vista y estar dispuesto hacer cualquier locura por conseguirlo. Raro era el
domingo en el que varios no arrancaban a llorar, una semana podía ser por un
jugador del Logroñés llamado Eraña como a la siguiente, éste ya había quedado
relegado a olvido, y vivíamos un nuevo enamoramiento, esta vez, de Elduayen.
Esta lógica económica sencilla saltaba por los aires cada
verano. Llegaba un momento en el que, imagino que un consejo directivo sin
escrúpulos dispuesto a sangrar una economía familiar, aparecía un término
maldito y temido: Baja o Sustitución. Este concepto, que solía hacer su
aparición a partir de la tercera semana de agosto, hacía saltar todo por los
aires y cargaba de rabia e impotencia mi ánimo. Todo al descubrir que, muchos
de los cromos con los que contaba, de repente carecían de utilidad. A partir de ese instane los huecos
vacíos que creía cubiertos para siempre, quedaban de nuevo abiertos de los que
manaban tipo de excreciones. Así de nada me servía contar con Manjarín en el
Sporting cuando, semanas después, su sitio era ser el fichaje número ya vestido
con el uniforme del Deportivo, tener
perfectamente ubicado a Sigüenza cuando su sitio le pertenecía a Villa en el
Lleida de Mané, o tener perfectamente localizado a Pizzi en Tenerife si, de un
día para otro, pasaba a corresponderle el espacio de Eloy Olalla en Valencia.
Cada 20 de agosto olvidábamos las normas de control de
precios y el liberalismo económico aparecía con toda su crudeza. El parque se
llenaba entonces de especuladores que veían en Vítor, el nuevo brasileño del
Madrid, con los que hacer su agosto particular llegaban a pedir 500 pesetas por tenerle vestido con la elástica blanca. Desesperados, que consideraban a
Alfaro y su traspaso al Valladolid la oportunidad con la que salir de su
miseria, llegaron a pedir hasta 1.000 pesetas por este rockero del Pisuerga. La Alamedilla, los domingos de verano, se convertía así en el reflejo
de una España y mundo adulto para el que debíamos estar preparados. Estos, que ya por entonces nos parecían carroñeros, son
los mismos que, dos décadas después mantenindo su ausencia de escrúpuls de entonces, lucen calva y prominente barriga tras haber vendido preferentes
a ancianas indefensas, hipotecado la vida de miles de personas con viviendas que sabían que no podían pagar y antes
especularon con sellos a través de AFINSA.
Nunca fui capaz de completar ni una sola de las muchas colecciones que comencé. Eso sí, gracias a ellas soy capaz de entender cómo funciona el mundo, y lo divido entre los que hacen los
cromos y quienes los coleccionan. Entre los que se encaprichan en dar de baja o
sustituir a unas personas por otras y los que padecen las consecuencias de esa
decisión. Entre quienes buscan abrir vías de agua en las ilusiones de los demás
y entre quienes hacen frente a cada herida hasta que cicatriza. Entre los que
cambian de cara y los que se la parten cada día. Y a la hora de elegir con
quién me quedo, he optado por ser de los que no olvidan una cara y un nombre.
Coleccionando Agostos
Reviewed by Ignacio Bellido
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19:38
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