No te Atrevas a Abrir mi Armario
No hay frontera que más me haya esforzado en defender que la puerta de mi armario. He librado en su defensa cruentas guerras. He afrontado batallas de un día con amantes de una noche, y guerras de trincheras con mi madre que me dejaban toda una lista de daños colaterales: días sin salir, tardes sin video consola, domingos sin paga… Mi armario es, para mí, el lugar idóneo para mostrarme a mí mismo quién soy y ocultar, de la vista de los demás, lo que he sido y lo que quiero llegar a ser.
A lo largo de mi vida son varios los armarios que me han
acompañado. El que más tiempo estuvo
conmigo fue el que protegía mi cama nido. En él, se juntaron las imágenes de mi
iniciada biografía con las pegatinas de mis superhéroes preferidos, los posters
de las mujeres con las que comenzaba a soñar, y un montón de prendas y objetos inútiles
que cumplían su misión de rescatar los sueños perdidos. Un miércoles de marzo
las ramas no pudieron soportar el nido. No quedó otra alternativa que salir volando.
He tenido armarios de dos puertas, de distintas maderas (todas innobles), los he tenido cojos, vencidos por el paso el tiempo, algunos vestidos y otros por vestir. He compartido armarios y
siempre, con ésos, he terminado saliendo de ellos.
Los últimos armarios que me acompañan son monótonos. Son compañeros indolentes que permanecen empotrados
contra una pared de la que no quieren separarse y son fríos, muy fríos, despegados. Los armarios
de hoy ya no abrazan al abrir sus puertas, sólo saben hacerse a un lado, como
si, lo que esconden en su interior no fuese consigo. No me gusta mi actual
armario pero, aún así, voy a partirme la cara en su defensa.
Hay una cosa de mi armario que no cambiaré por nada: la minifalda que te dejaste olvidada con la que escondes la mujer segura que eres, el valor
que emerge del escote del top floreado que tanto te gusta y el reflejo que me ofrece de tu cuerpo desnudo contra
el mío. Ayer, sin embargo, la imagen que el armario me ofreció de ti me dio
miedo.
Estabas frente a él, parada, vestida únicamente con esa
sonrisa que tienes que aumenta mi esperanza de vida y temí. Temí que abrieras
la puerta traspasando una frontera sin haber pasado por la aduana. Sentí verdadero pavor al pensar que, probablemente, no te conformaras sólo con abrir esa puerta. Que quisieras
abrirlas todas, desnudarme del todo para después deshollarme o que, simplemente, estuvieras haciendo una apuesta por formar parte
del resto de mi vida.
Oí cómo rodaban las puertas del armario por los raíles. Sólo
pude cerrar fuerte los ojos esperando la llegada de la tragedia. Tapé los oídos para no escuchar la
detonación de la bomba atómica en las paredes de mi cuarto y comencé la cuenta
atrás. Diez, nueve, ocho, siete…
Tres, dos, uno. Reuní el valor para enfrentarme a la
desolación que me aguardaba para ver todo mi mundo arrasado. Las manos habían
comenzado a sudarme, una punzada de dolor atravesaba mi cabeza y un grito
ahogado quedó encerrado en mi garganta. Me incorporé despacio, quedé petrificado
al verte, incapaz de articular una sola palabra. Sólo mis pupilas mostraban un
haz de vida al no parar de dilatar. Todo en el cuarto permanecía igual, no
había desaparecido nada pero, en apenas unos segundos, había cambiado todo.
Allí estabas, vestida con una de mis camisetas. Puedo decir
que, en ese momento, de una vez y para siempre, sentí que no puede haber mujer
más hermosa sobre la faz de la tierra. Desde entonces, lo tengo claro. Dejaré que abras mi armario y hagas tuya cualquiera de mis camisetas, aunque sepa que
la pierdo para siempre. Merecerá la pena el descosido que dejas en mi corazón.
No te Atrevas a Abrir mi Armario
Reviewed by Ignacio Bellido
on
13:04
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