Tengo Alergia a las Medias Naranjas
El otro día, acodado en la barra de uno de los garitos de
suelo pegajoso y la barroca decoración de los bares propia de hosteleros que hace
muchos años abandonaron sus sueños, volví a toparme de bruces con una
conversación más de medias naranjas. Estaba aún haciendo el recuento de las
monedas que llevaba, sopesando en qué alcohol invertir en este mercado de
futuros del garrafón, cuando ví a una antigua compañera de facultad
de quien llevaba años sin saber nada.
Pensé que no me recordaría por lo que no le dije nada, pero
a la segunda mirada me acerqué invadido de la autoestima infunde el ir con el
pelo recién cortado. Después de dedicar los primeros minutos a la protocolaría
entrevista de trabajo de todo encuentro entre viejos conocidos, charlamos. Matizo,
habló ella. Yo estaba encantado escuchando, todos los manuales del cortejo y lo
expertos en psicología de las relaciones siempre dicen que para seducir a una
mujer hay que escucharla. A eso dediqué el encuentro.
Escuché como marcan los cánones y los principios que regulan
la escucha activa. Asentía, le devolvía alguna que otra sonrisa, mantenía el
contacto visual sin ser intrusivo, recurrí varias veces a la fórmula de repetir
sus cinco últimas palabras y lanzarle una nueva pregunta, respetaba sus
silencios, en definitiva, fui el modelo perfecto de empatía masculina. Todo
mientras ella hizo repaso a todos los gritos, peleas, malentendidos, episodios
tormentosos, infidelidades, relaciones tóxicas, dramas, penas y lloros que
habían poblado su vida sentimental en todos estos años que llevábamos sin
vernos.
Fue un repaso de quince años en tres copas. Cuando aún no
nos habíamos decidido a pedir la cuarta surgió el tema de las medias naranjas
que liquidó con solo una frase toda la empatía que fluía por mi sangre, cuando sin soltar una lágrima pero con la
mirada rota espetó “Tengo casi cuarenta años y aún no he encontrado mi media
naranja”. Al oírla todo el alcohol que me invadía entre en combustión
quemándome las venas.
La expresión mi media naranja es una de las tres cosas que
más detesto en la vida, junto a los filetes de hígado y los pendientes de
perlas. No sé si esto se debe a algún trauma infantil con Naranjito, alguna sobredosis de vasos de butano de Revoltosa de naranja o a mi aversión por la macedonia. Mi cuerpo reacciona de forma instintiva, activa todos los circuitos de
alerta y me prepara para salir huyendo. Sin embargo, tuve que contener la sabia
respuesta natural que, durante generaciones, los hombres de mi familia habían
desarrollado ante esa expresión y quedarme allí. Porque si hay algo que puede
cambiar el curso natural de las cosas es una mujer hermosa, inteligente, sola y
llorando en público.
La situación se me hacía cada vez más incómoda. Pasaban los
minutos y ella continuaba flagelándose con nuevos viejos recuerdos, al tiempo
que yo miraba lanzando miradas de auxilio en todas direcciones buscando una
salida. Volvimos a cruzar nuestras miradas y me pregunto “y tú, ¿encontraste a tu media naranja”. Prometo que intenté no caer
en la provocación, mantener la calma y dar una respuesta que le aliviara. Hice un
ímprobo esfuerzo por recordar alguna cita de libros de autoayuda, algún verso
de Neruda, nada.
- Escúchame tú un minuto ahora –le dije en un arranque de hiriente sinceridad-.
Creo que quienes pasáis la vida buscando medias naranjas, lamentando no
encontrarlas o haberos equivocado al creer que lo era, nos harías un favor a
todos si empezaseis por buscar primero el medio cerebro que parece que os
falta. Porque, por el momento todas la medias naranjas que me he encontrado en
la vida, sólo sirven para ser exprimidas. Para consumirlas en el momento antes
de que se oxiden, beberme sus vitaminas y, la cáscara que queda, tirarla a la
basura.
Nos empeñamos en complicarnos la vida, en hacerla más
difícil de lo que es. Queremos hacer de nuestra vida una epopeya, superar los
más altos obstáculos, salir vivos y victorias de las más cuentas guerras, vivir
la historia de amor más apasionada; y si no es así nos volvemos infelices. Cuando
quizá todo es más sencillo, porque buscar una media naranja es aburrido y puede
ser igual de frustrante.
Porque una media naranja requiere otra mitad que sea
exactamente igual, no complementaria. Porque igual, todo lo que necesitamos en
la vida es encontrar a alguien con quien compartir silencios en un viaje en
coche un sábado por la mañana, alguien con quien salir a comer fuera sea un rato
divertido y con quien tomar una copa a deshoras. Alguien con quien despertar
sin sonidos de alarma. Alguien con quien ir al cine sin mirar la cartelera.
Alguien con quien las salas de espera sean llevaderas. Alguien con quien ir al supermercado
a comprar zumo recién exprimido.
Pagué la cuenta y salí del bar, dejándola a ella dentro.
Mientras regresaba a casa, entre un la tienda del chino y compré una bolsa de
limones para tomarme un último gintonic antes de acostarme. Echando el zumo de
limón en la copa, pensaba en mi vieja amiga y en que, la vida, en definitiva,
no es más que esto. Un paseo de vuelta a una casa donde poder contrarrestar la
acidez y la indigestión de cada día de oficina.
Tengo Alergia a las Medias Naranjas
Reviewed by Ignacio Bellido
on
17:56
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Qué feo partir de la idea de que somos mitades de algo.
ResponderEliminarA ver cuándo ese gin-tonic! Con amigos y sin "medias" historias.
Tendrías que haberla dejado ser
ResponderEliminarA veces uno por costumbre repite cosas idiotas ya que no todos tiene el ángel que tu tienes ni el diablo que deseas