Uno para todos
La
primera vez que me enfundé unos guantes y recorrí el camino que lleva hasta la
portería tenía diez años. Fue una soleada mañana de abril en mi Pilsen natal
con treinta personas como testigos. Hoy, veinticuatro años después, sigo
andando el mismo camino dos veces por semana adornado con esta cicatriz en el
rostro que no cesa de recordarme el filo de cal del abismo de soledad al que me
asomo. La diferencia es que ahora sesenta mil personas están a mi alrededor
mientras transito de nuevo este camino, idéntico al primero y a todos los demás,
en Londres a dos mil kilómetros de distancia de donde lo hice la primera vez.

By Ronnie Macdonald from Chelmsford, United Kingdom - Petr Cech, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=25798318
El
primer paso de entrada al campo lo doy con el pie derecho para no poner la suerte
del lado del bando contrario. Imagino que todos los delanteros rivales hacen lo
mismo. Por lo que mantengo la portería a cero en esta, la primera batalla
anímica de un partido. Preludio de las muchas que vendrán en esta guerra de
noventa minutos mil veces librada que está punto de comenzar. Faltan apenas un
par de minutos para comenzar.
La
próxima hora y media estaré sólo. Me llevo sintiendo solo desde los diez años
cuando, dentro del vestuario, todos mis compañeros se enfundaban la camiseta de
rayas negras y verdes, el pantalón negro y las medias verdes. Mientras, yo me
vestía mi raído pantalón largo, una estúpida camiseta amarilla exhibía aún más mi
marginalidad y unos guantes que, muchas manos anteriores, desistieron de
enfundarse. La soledad, desde entonces, está siempre conmigo.
Esta
sensación de extrañamiento me convierte en alguien especial, diferente, único.
Es una percepción que se ha agudizado desde que aquel irlandés me rompió el
cráneo y salto al campo con este casco en la cabeza. Con él, los sonidos de la
grada se alejan aumentando mi capacidad de concentración y me inmuniza de los
vaivenes emotivos de nuestros seguidores. Me siento como los superhéroes de los
cómics que he vuelto a devorar con avidez desde que Michal, al verme en la
pantalla de televisión, dijo “¡¡Papá es
Batman!!”.
Sé
que puede resultar pretencioso pero ser portero es ser un superhéroe. Igual que
ellos vestimos de forma diferente, solemos ser tomados por locos, condenados a
vivir en un conflicto permanente y desterrados a una invisibilidad de la que
nos piden a gritos que emerjamos cuando ya se ha probado todo y somos la última
esperanza para que lo que amenaza con dañar no hiera.
Sí
soy portero y tengo el poder de parar el tiempo y encoger el corazón de sesenta
mil personas con cada una de mis decisiones. Puedo correr en busca del balón o
esperar a que alcance mi posición, puedo atraparlo con las manos o propinarle
un puñetazo, puedo darle un puntapié a
alejarlo de un cabezazo. Puedo hacer cosas que ninguno de los demás pueden,
igual que Batman, Superman, Hulk o el Capitán América. Soy un superhéroe y
ninguna de las personas que ahora mismo me escrutan con sus miradas lo
desconocen.
Apenas
falta un minuto para que comience el partido. El árbitro ya ha lanzado al aire
su moneda, los capitanes esperan el veredicto, las gargantas de los hinchas ya
están afinadas y listas para rasgar el aire con sus gritos de euforia, el balón
aguarda el momento de comenzar a rodar y los entrenadores profieren las últimas
instrucciones antes de la batalla. Mis superpoderes se expanden por cada poro
de piel en cada segundo de esta cuenta atrás.
Siento
una descarga eléctrica como si Jimi Hendrix y su guitarra se hayan colado en mi
cabeza provocando que mis pupilas se dilaten y las aletas de la nariz se
expandan. La corriente alcanza mi corazón que se acelera en un solo de batería
al que acompañan mis manos con una palmada seca. Mis piernas se tensan y parece
que el suelo arde. Salto y, al alcanzar el punto más elevado, un grito en un
idioma que desconozco sale de mi boca. No sé qué es lo que ha pasado pero estoy
convencido que ahora soy más grande que los ciento noventa y seis centímetros
que dice mi ficha de jugador profesional y puedo evitar que sesenta mil
personas sean vencidas por el abatimiento.
El
árbitro sostiene su silbato. Levanta el brazo.
Estoy
sólo, como los superhéroes.
Uno para todos
Reviewed by Ignacio Bellido
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19:17
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