Sobrevivo gracias a tus Caricias
El tacto es uno de los pilares sobre los que edificamos
nuestra vida en sociedad. Tocamos, palpamos, acariciamos, besamos, abrazamos,
rozamos, sujetamos, apretamos… Intentamos que nuestro sentido del tacto y su
uso se convierte en un indicador de que formamos parte de un universo social.
La presencia del tacto nos indica que hemos sido capaces de establecer un
vínculo con otra persona, más intenso o menos, durante un período de tiempo más
o menos prolongado.
El contacto físico con nuestro semejante es el vínculo más
primario del que nos servimos. Cuando nuestra madre nos amamanta estamos dando
lugar al primer vínculo social de nuestra vida. Para que este se mantenga
recurrimos al tacto. Necesitamos el contacto físico con nuestra madre para
poder sobrevivir. Pero ¿qué obtiene ella de llevar a cabo un comportamiento que
físicamente le está lastimando? ¿Qué recibe de alguien que desde su nacimiento
a trastornado su universo vital y le exige entregarle una gran cantidad de
energía a cambio de una nada despreciable inversión de tiempo? El
establecimiento de un vínculo. Un sentimiento de pertenencia. Una conexión
emocional con otro semejante. Una indescriptible sensación de placer de
mantener un contacto físico directo.
Las terminaciones nerviosas de la piel nos ponen en contacto
con el mundo exterior. Nos ayudan a percibir cambios en la temperatura del aire
o de los objetos con los que estamos en contacto, variaciones en la humedad y
densidad del aire, en definitiva, nos sensibilizan al ambiente en el que nos
desenvolvemos. Pero no es ésta su única misión, sino que también cumplen el
propósito y la misión de sentirnos próximos a nuestros iguales.
Cada vez que nos tocamos con alguien, por mínimo que sea el
contacto (siempre que éste no sea percibido como una amenaza o agresión)
nuestro organismo segrega oxitocina. Sí, sí, la sustancia que segregan los
enamorados, la que nuestro cerebro ordena generar cuando mantenemos una
relación sexual. También la generamos ante un contacto físico con otro sin que
media una relación sexual. Una caricia, un abrazo, un simple apretón de manos
provoca que la presencia de esta sustancia en nuestro organismo aumente.
Su presencia en nuestro cuerpo aumenta nuestro nivel de
confianza en el otro, desencadena conductas de fidelidad, da lugar a
comportamientos altruistas, nos hace más generosos, desarrollamos un mayor
número de apegos… Tocar, acariciar y ser acariciado nos reconforta
contribuyendo a reducir los niveles de estrés. Si no nos tocamos, si evitamos
el contacto con el otro, si rehuimos su presencia para evitar el contagio de
enfermedades. Realmente lo que estaremos logrando es inocular en nuestra
sociedad el virus de la desconfianza, de la competitividad, de la tensión
permanente.
Piense en su vida de pareja, cuánto tiempo ha transcurrido
desde último abrazo, de la última caricia, de su última relación sexual. Si su
frecuencia se ha reducido, los tiempos que transcurren entre el último y el
venidero cada vez se alargan más, está ante los síntomas de que una desconexión
se está produciendo. Volvamos a tocarnos, recuperemos el deseo por estar
próximos a los que tenemos al lado, dejemos de palpar pantallas. Toquemos el
mundo. Exploremos el universo que es quien permanece sentado a nuestro
lado. Hagamos sentir de nuevo a esa persona importante para cada uno que, cuando haga o tenga frío, tenemos para darle todo el calor que necesita.
Sobrevivo gracias a tus Caricias
Reviewed by Ignacio Bellido
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15:13
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Muy buena información y ciertamente, muchas veces no valoramos la importancia de lo táctil con nuestros seres queridos.
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