La Discriminación Racial en el Deporte a principios del siglo XX
Se cumplen cien ediciones del Tour de Francia. Los focos
alumbran a Contador, Valverde, Quintana, “Purito” Rodríguez y los diarios se
preguntan si serán capaces de doblegar al principal favorito Chris Froome. Con
el centenario del Tour afloran los nostálgicos que evocan las grandes figuras
que han cargado de leyenda la ronda gala: Coppi Bobet, Bartali, Anquetil,
Hinault, Ocaña, Induráin, Mercx… donde se puede recurrir a cada uno de ellos
para enunciar algún relato repleto de épica, sufrimiento, constancia y gloria.
Sin embargo estos nostálgicos pasan de puntillas sobre la historia reciente del
Tour. Pero no quiero centrarme en esta época reciente, de la que ya se han
llenado miles de páginas, sino que creo que es justo que alguien se acuerde de
aquellos pioneros gracias a los cuales el Tour de Francia ha llegado a ser lo
que es.
A finales del siglo XIX e inicios del XX el ciclismo era el
deporte de moda. Miles de aficionados llenaban las gradas de los velódromos y
se colocaban a ambos lados de las carreteras para admirar el paso de los
ciclistas. Eran años en los que convivían numerosos medios de transporte en las
ciudades: bicicletas, caballos y los automóviles inundaban las calles de las
ciudades. Los avances tecnológicos eran presentados como una paso adelante, la
mecanización de los procesos de producción como un símbolo de modernidad, el
avance y desarrollo de las redes de transporte como la ruptura de las cadenas
que impedían el acceso al conocimiento y la aventura, el progreso tecnológico
se contemplaba como una forma de acercar a los pueblos. En este contexto emergió la figura del
ciclista que, únicamente con la fuerza de sus piernas, era capaz de mostrar al
ser humano como un ente superior e insuperable por la mecanización de la
sociedad. El ciclista era presentado como un paradigma de la capacidad del ser
humano frente a la mecánica.
El nacimiento del Tour de Francia se gesta con la disputa de
la primera París-Brest-París, prueba de más de 1200 kilómetros que en su
primera edición fue organizada por el diario Vélo. Los lectores del diario
agotaron todos los ejemplares que salieron a la venta ya que estaban deseosos
de conocer la gesta del ganador Charles Terrot. Este éxito de ventas dio pié a
la creación de otra gran prueba: la París-Roubaix. Los aficionados franceses se
agolpaban para conocer de primera mano las crónicas de sufrimiento, esfuerzo,
agonía y victoria de los ciclistas. Éste fue el germen del nacimiento del Tour:
el deseo de vender más periódicos y, para ello, había que narrar una historia
de sufrimiento que ahondara en la
exploración de los límites de la capacidad humana, durante más tiempo y que
fuera visible en diferentes ciudades del país.
Al otro lado del Atlántico, mientras la idea del Tour iba
cobrando forma, un ciclista de Indianapolis asombraba a propios y extraños. Su
nombre: Marshall Taylor. Un ciclista con una capacidad extraordinaria a la hora
de dar pedales. Capaz, a la temprana edad de 15 años, de batirse frente a
frente con ciclistas más experimentados y mejor preparados. Marshall tenía tal
nivel que fue capaz de ganar la mitad de carreras en las que participó,
logrando siete records del mundo y se proclamó Campeón del Mundo de la Milla en
1899. Una cifra nos puede ayudar a
hacernos una imagen del impacto de este deportista: 30.000$ anuales de
ingresos. Una fortuna para la época. Más sorprendente resulta al descubrir que
se trata de un deportista afroamericano, en unos años en los que la segregación
racial determinaba la organización social y económica de los Estados Unidos.
La carrera ciclista de “Major” Taylor no fue un camino de
rosas ya que tuvo que hacer frente a la discriminación racial. Esta
discriminación no fue la nota predominante entre sus compañeros de pelotón,
sino que era evidente entre los aficionados. Taylor tenía serios problemas a la
hora de competir en los Estados del Sur, tanto que en ocasiones los aficionados
boicoteaban la carrera para impedir su victoria o, simplemente, no daban
validez a los resultados de Marshall por ser afroamericano. Era tal el grado de
presión a la que se veía sometido que optó por marcharse al viejo continente a
competir, en donde disputaba todo tipo de carreras, excepto los domingos. Día
en el que por prescripción de su religión baptista le estaba prohibido
competir.
Durante su estancia en Europa Taylor no deja de vencer
carreras, ni en sus visitas a países como Australia, Nueva Zelanda y en su
vuelta a Estados Unidos. La primera década del siglo XX está dominada por
completa por este ciclista de potencia sin igual hasta su retirada en 1910. Sin
embargo, con su vuelta a la normalidad en sus Estados Unidos natal Taylor no
pudo vencer a su mayor enemigo: la segregación racial. Ni él, ni otro de los
grandes iconos del siglo como Jesse Owens pudo un par de décadas más tarde.
Recordemos que Jesse Owens se nos ha presentado a lo largo
de la historia como el atleta que, ante la mirada de Hitler, rebatía de forma
fehaciente el pilar sobre el que se sustenta la ideología nazi: la supremacía
de la raza aria. Los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, de los que Hitler
quería hacer un altavoz de su propaganda nazi, encumbraron la figura del atleta
norteamericano al lograr cuatro medallas de oro y salir aclamado del Estadio
Olímpico de Berlín. La figura de Jesse Owens fue utilizada por el gobierno
norteamericano como imagen de
resistencia al nazismo.
Pero la historia ha demostrado que no es oro todo lo que
reluce. Jesse Owens durante su estancia en Berlín, no era considerado un
ciudadano debido a la Ley de Ciudadanía del Reich, aprobada un año antes, que
excluía de la condición de ciudadanos alemanes a los judíos y considerando como
razas inferiores a los afroamericanos, gitanos y eslavos. Esta Ley fue, “suspendida”
durante la celebración de los Juegos para atraer la participación de atletas
extranjeros.
Resulta paradójico, que Owens gozase de más derechos como
ciudadano durante su estancia en Berlín de los que podía hacer uso en su
Estados Unidos natal que le había presentado como un héroe nacional. Al volver
a Estados Unidos Owens siguió trabajando como botones en el hotel Astoria de
Nueva York y, como el cita en su biografía “Cuando volvía a mis país natal,
después de todas esas historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte
delantera del autobús. Volvía a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería…”
Sorprendente que, los mejores atletas a nivel internacional de
principios de siglo de los Estados Unidos, ambos de origen afroamericano lejos
de gozar del estatus de estrella y de reconocimiento social de las figuras
deportivas del presente tuvieran que enfrentarse a la cruda realidad de una
discriminación racial que, si bien dañaba su dignidad, les daba alas para volar
en busca de su libertad.
La Discriminación Racial en el Deporte a principios del siglo XX
Reviewed by Ignacio Bellido
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10:28
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