Puertas Blindadas
La decisión sobre cenar pizza esa noche fue inmediata. Salíamos
del cine cuando la tormenta nos sorprendió como un atentado del que debíamos huir
corriendo, agachando la cabeza y buscando el primer refugio donde sentirnos a
salvo. De pronto, allí estábamos, en una pizzería argentina pidiendo pizza fugazzeta
con aspecto de ser la digestión precoz del cocinero. Aun así, tú te mostrabas
radiante cuando salías de allí con la caja de cartón bajo el brazo acompañada
por la botella de vino con la que maridar nuestra cena de gala.
Atravesando las calles mojadas sentí, por primera vez desde
que llegué a la ciudad, que estábamos en sintonía, las calles y sus gentes
venían con nosotros para ser el decorado que necesitábamos. Esa tarde y esa
noche, lo reconozco, fui el hombre más afortunado del mundo. Por muchas
razones. Por compartir la oscuridad de una sala de cine en la que desde la
pantalla nos hablaban en un idioma que no entendimos, por escapar con una
sonrisa del fuego cruzado de la lluvia afilada de septiembre, por poder estar
caminando contigo atravesando avenidas, como un Shackelton moderno, mientras la ciudad comenzaba a dormirse.
Llegamos a casa aún con el pelo mojado. Salimos a la terraza
y allí, pasamos la noche. Hablamos de todo, de las películas que no viste, de
las que no querríamos ver jamás y las que engrosaban las deudas marcadas con un
“pendiente”, pasamos de refilón por nuestros pasados y nos sumergimos, sin saber cómo, en nuestros proyectos de futuro. Nos bebimos la botella hablando y, cuando el sol amenazaba con
volver a clarear el cielo, te marchaste. Te fuiste porque eres una mujer que
nunca se queda, que no se amarra y que jamás desayuna con sus amantes.
Todo lo que quedó de ti fue una botella de vino acompañada de una
caja de cartón que pasaron a formar parte del atrezzo de mi terraza y de mi vida. Porque
descubrí que me hacían compañía y porque me daban la oportunidad de volver a
ver tus ojos, saborear tu boca y continuar conversando a solas. Sí, no eran más
que una botella de vino y una caja de cartón, pero también eran las estatuas conmemorativas de todo lo que pudo ser.
El día que me marché del piso lo recogí todo. Apenas tres maletas y cuatro bolsas repletas de libros representaron el volumen físico de mis tres últimos años de vida. Sólo quedaron
la botella y el vaso en la terraza. Bajé las persianas, cerré todas las puertas
y di todas las vueltas posibles a la cerradura. Cerré como me dijeron que hay
que cerrar las puertas. Para siempre.
Puertas Blindadas
Reviewed by Ignacio Bellido
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12:42
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