Top Ad unit 728 × 90

A Veces soy un Superhéroe



Cada vez que para ante una máquina de refrescos hago un viaje en el tiempo. Vuelvo arrastrado por un vórtice a la infancia. Regreso siempre a un momento muy concreto: mi primer triunfo. La prueba de que uno puedo conseguir lo que más desea sólo por el hecho de seguir intentándolo.  Es seguro lo que aquí cuento sea una victoria menor e insignificante pero, para mí, explica gran parte de lo que podemos llegar a ser.

A lo largo de mi vida he formulado cientos de hipótesis para explicar lo que no entiendo. Teoricé muchos meses sobre si era posible traspasar la pantalla de la televisión para, a través de una cuarta dimensión o del Trinitron, aparecer por arte de magia siendo le protagonista de lo que se estaba viendo. La película Eraser me dotó de argumentos que el tortazo de mi padre se ocupó de desmontar de una bofetada cuando quise ser quien resolviera la tanda de penaltis contra Inglaterra en la Euro96.

Hay una de mis teorías que nadie ha podido jamás refutar.Nadie, hasta hoy, ha podido desmontar mi hipótesis. Mi teoría va relacionada con las máquinas de refrescos.

Siempre he sostenido que, al introducir la moneda en la ranura, si uno pulsa, al mismo tiempo, todos los botones de un mismo refresco, los circuitos de la máquina quedan colapsados. Así la máquina, víctima de mi inteligencia natural, me entregará tantos botes como botones haya pulsado a cambio de una sola moneda.

He de reconocer que soy un adicto a la Coca-Cola desde que era niño. Cierto que mi madre me puso mil barreras para que no cayese víctima de esta heroína infantil. Me limitaba el consumo a fiestas y reuniones familiares. La Coca-Cola, pese a toda la frustración que me generaba, sólo podía ser tomada bajo prescripción materna y en las dosis que ella estableciera. Entiendo que intentaba evitar verme transformado en un insonme de diez años edad y que, como consecuencia de mis desvelos, terminara por escaparme a la Ruta del Bakalao que era el lugar donde, según mi madre, terminaban todos aquellos a los que nadie puso coto a su consumo de cafeína antes de alcanzar la adolescencia.

Con apenas diez años era casi imposible librarse del marcaje individual de mi madre. Hasta que un día, en mi barrio, la primera empresa mundial del refresco conspiró contra su autoritarismo y el de otras muchas madres, instalando una máquina de refrescos en la calle para satisfacción de todos los que anhelábamos una primera adicción.

El día que la descubrí, fue como ver el cielo abierto, un cielo de color rojo que se mostraba ante mí con la inmensidad de un coloso. Fui rápidamente hasta mi casa, allí todos estaban parados frente a la televisión viendo pelear a pleno sol a Sergi Bruguera con un pelirrojo por ganar Roland Garros, me colé furtivamente hasta mi cuarto pertrechado con un cuchillo para sacar una moneda de cien pesetas de la hucha. Una vez en mi poder, volví a salir con el mismo sigilo y al doble de velocidad a la que había entrado.

En menos de tres minutos ya estaba delante de la máquina y fue allí, una vez que leídas las instrucciones de funcionamiento, elaboré mi teoría que rápidamente compartí con Andrés, mi infante aliado. Metí los veinte duros en la máquina y apreté los dos botones. Buuuum. Allí estaban. Dos Coca-Colas.  Me sentí la persona más feliz de la tierra, al menos, igual de feliz que lo estaba Bruguera en televisión alzando su copa de mosquetero.

Desde entonces, cada vez que me paro ante una máquina de refrescos, vuelvo a poner en práctica mi teoría para volver a derrotar al sistema y experimentar la misma felicidad que aquella calurosa tarde de junio. Desde entonces han pasado muchas cosas, varios mundiales de fútbol, la retirada de Induráin, las primeras y las últimas novias, la Universidad, la burbuja inmobiliaria, una larga sucesión de ediciones de Gran Hermano, la llegada de internet, en fin, el mundo, ha seguido su curso indiferente a mis teorías.

Convivo feliz con esta indiferencia indisimulada del mundo. Sigo conspirando en su contra cada vez que me paro ante una máquina de refrescos. Tengo que volver a derrotar al sistema. Meto la moneda y siempre, siempre, siempre aprieto todos los botones a la vez para hacer que todo estalle. No voy a cambiar jamás esta forma de hacer, aunque durante los últimos treinta años no haya obtenido una nueva victoria. Dejar de hacerlo sería asumir la derrota, soltar la única tabla por la que permanezco a flote.

En la vida se puede optar por seguir luchando o dejarse ahogar. He elegido seguir dando guerra. Por eso aprieto varios botones al mismo tiempo, en la máquina de refrescos y en lo que sea. Con la irreverencia de un niño para el que, en cada decisión, le va una vida en ello. Es en las pequeñas acciones en las que, a escondidas, conspiramos con nuestros recursos y la agudeza de nuestro ingenio, donde podemos derrotar a nuestros enemigos reales e imaginarios. Batallas mínimas. Guerras de guerrillas en las que podemos obtener la prueba de que, por un momento y sin testigos, somos los héroes que siempre soñamos ser.

A Veces soy un Superhéroe Reviewed by Ignacio Bellido on 13:14 Rating: 5

No hay comentarios:

Tu opinión es importante

All Rights Reserved by El Efecto Bellido | Episodios que me han hecho feliz © 2014 - 2015
Powered By Blogger Shared by Themes24x7

Biểu mẫu liên hệ

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Contacto info@elefectobellido.com. Con la tecnología de Blogger.