Pertenencia
Hace ya más de diez años que, en uno de esos derroteros que
toma una etapa de la vida a los que se va un tiempo pero no se vuelve, conocí a
una chica. Era una chica de voz grave, descarada, divertida y que, cada vez que
arrancaba su auto, lo primero que hacía era poner a todo volumen cualquier
canción de Linkin Park. “Escucha bien esta canción porque habrá un día que la
echarás de menos” mientras me lanzaba una bocanada de humo del cigarro que
siempre llevaba encendido.
Nuca fumaba. Mucho. No pueden existir mujeres como Nuca y
que no fumen. Las mujeres como ella no se preocupan por las calorías de la
comida que tiene delante, simplemente, aprovechan cuando hay comida y comen
porque no tienen tiempo que perder planificando el menú de su semana. Ella
comía cuando podía porque, para las trapecistas de la vida, lo importante es
dar vueltas en el vacío hasta encontrar, fugazmente, un asidero al que
sostenerse para lanzarse de nuevo.
Era inevitable para cualquier no fijarse en Nuca . Es más,
diría que, aunque sea por un instante tenía la capacidad de enamorar a
cualquier hombre que tuviese delante. Hubo a quienes enamoró durante apenas un
minuto, a otros los atrapó en sus redes lo que le duraban las ganas de prender
otro cigarro y, otros como yo, que nos vimos emboscados por su encanto en el
desfiladero de sus Termópilas.
Fuimos muchos quienes estábamos prendidos por sus encantos
al mismo tiempo y lo sabíamos. Era habitual que coincidiésemos sus seguidores
más acérrimos en alguno de los bares donde sabíamos que paraba. Allí, estábamos
todos sus acólitos, los nuevos que llegaban atrapados por el encanto de su
estela y, los que, habiéndola perdido queríamos volver a rastrearla de nuevo.
Una cosa debe quedar aclarada, aún sabiéndonos todos
enamorados de la misma mujer y deseosos de ser los únicos elegidos, jamás nos
peleamos por ella. Ya teníamos suficiente con los daños colaterales que el
deseo por ella nos provocaba como para andar buscando problemas nuevos, por lo
que de forma tácita, entre todos, nos habíamos sumado al armisticio de la
resignación. Se batalla desde la trinchera, pero no se va a la guerra por una
mujer que siempre escapa.
Nuca era única a todas las demás chicas que conocíamos, era rara
incluso. Imperfecta, distinta, diferente. Cuando llegaban los primeros soles
espléndidos de la primavera ella ya estaba morena, su pelo resplandecía y sus
ojos, nos invitaban a la imprudencia de querer vivir con ella el mejor verano
de nuestra vida.
En aquellos años en los que vivíamos por encima de nuestras
posibilidades, cuando el virus de internet empezaba a inocularse en nuestras
vidas y los políticos removían, continuamente, el suelo de las calles se
removía una y otra vez, en su continua
búsqueda del dorado, ella caminaba sin móvil en el bolsillo. Si quería quedar conmigo
lo hacía con Messenger. Ver aparecer en a pantalla de mi ordenador la
notificación “Nuca acaba de iniciar sesión” era vivir otro gol de Iniesta.
Recuerdo que, todas las noches que compartí con ella,
terminé con el corazón desbocado, cayendo rendidos sobre la cama, con la
sensación de haber vivido la mejor noche de mi vida, mi última noche. Una noche
en la que uno no se da por vencido ante nada, en la que cualquier cosa que
sucede es una aventura constante, una noche en la que aún quedan balas en la recámara
y se busca con ahínco una canción que dure la vida entera.
Mis amigos decían que era una cierrabares, que a saber qué se metía para aguantar ese ritmo, que nunca dormía, que no le hacía falta
nada para prenderle la mecha. Que lo que tenía que hacer era apartarme de ella
porque no me iba a traer nada bueno.
No he vuelto a saber nada de Nuca. No la echo de menos,
aunque, de vez en cuando, pienso en ella. En lo bueno que es encontrar algo en
la vida que no te duele pero que sabes que te está matando, y le dejas que lo
hago y quieres que lo siga haciendo por mucho tiempo. Simplemente porque sabes
que uno debe renunciar nunca a lo que más le gusta.
Pertenencia
Reviewed by Ignacio Bellido
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