Amigos en Facebook para Combatir la Infelicidad
Tratamos de vivir bajo un engaño al querer construir una
imagen perfecta y plena de felicidad en nuestras relaciones sentimentales.
Dejamos de tener en cuenta y obviamos que toda relación afectiva lo es porque,
fundamentalmente, es capaz de hacer frente, gestionar y superar períodos de
infelicidad. Vivir estos momentos de dificultades resulta complicado e incluso frustrante. Los vivimos con impotencia y tenemos la sensación de
carecer de las fuerzas suficientes para afrontarlos. Sin embargo, experimentar
y sentir el dolor de estos momentos de angustia, aún siendo una tarea difícil,
puede ayudar a que los miembros de la relación se vuelvan más sensitivos, los
niveles de empatía entre ellos aumenten y una relación que se creía destruida
salga fortalecida.
La gente quiere enamorarse, sin darse cuenta que en la vida
lo difícil es enamorarse bien. Movidos por este deseo terminamos por engañarnos
a nosotros mismos. Dejamos de ser honestos con nuestros propios sentimientos a
fin de reducir el miedo a vernos solos.
En los últimos años hemos encontrado un espacio en el que poder reducir la
sensación de aislamiento y poder sentirnos vinculados a los demás: las redes
sociales digitales.
Una de las necesidades básicas del individuo ,como indicaba
Maslow en su famosa pirámide, es la necesidad de pertenencia. El deseo de
sentir que encajamos, que formamos parte de algo. Para conseguir este propósito
ponemos en marcha múltiples interacciones con nuestra familia, nuestros amigos,
mediante un abrazo, un saludo, vistiendo la camiseta de nuestro equipo o grupo
musical favorito… Durante toda nuestra historia evolutiva para que este
sentimiento de pertenencia se produjera hemos necesitado que los participantes
en la interacción coincidieran en un mismo espacio y tiempo.
Con el desarrollo
de nuevos canales de comunicación esto se ha visto alterado, desde la llegada
del correo postal, la invención del teléfono o, más recientemente, con la extensión de internet.
A día de hoy podemos sentir que pertenecemos haciendo “clic”,
chateando con alguien o indicando que “me gusta”. Aunque pueda sonar extraño
quizá experimentemos estas interacciones a través de la red de la misma manera
que experimentamos un abrazo, una palabra de ánimo en un momento de debilidad…
Las interacciones que generamos en las redes sociales nos ofrecen la sensación
de estar conectados. Creemos que pertenecemos. El desarrollo de la tecnología
nos ha dado la oportunidad de satisfacer esta necesidad básica de pertenencia,
necesidad que antes satisfacía la religión (“Religión, la Gran Red Social”).
Las redes sociales rebosan a diario de mensajes y
publicaciones en los que los usuarios informan acerca de lo que han comido, de
los lugares que han visitado, de sus estados de ánimo, de sus opiniones acerca
de un suceso. Estas publicaciones sirven
para quienes las escriben como una especie de diario de bitácora en el que van
registrando su propia historia y, al mismo tiempo, es una vía a través de la
que intentamos compartir algo. Buscamos mediante la exposición de estos
pequeños actos intrascendentes muestras de amor y reconocimiento. Deseamos
retroalimentación del resto de miembros de la red para sentir que existe una
conexión emocional entre nosotros.
Queremos sentir que formamos parte de una misma unidad
social. Queremos sentirlo en cualquier momento y a cualquier hora. Poblamos
nuestros espacios vitales de las herramientas que nos permitan sentir que
estamos conectados: ordenadores portátiles, tablets , televisión, PC, teléfono
móvil, video consola… Queremos tener al
alcance de la mano la posibilidad de experimentar que pertenecemos, aún estando
físicamente en un entorno, situación o contexto en el que nos sentimos
completamente ajenos como ocurre en los llamados “no lugares”: salas de espera,
transporte público… Aún cuando sabemos que nuestra identidad queda suspendida,
podemos, gracias a nuestros teléfonos con conexión a internet recuperar al
instante nuestra identidad.
Recurrimos a cada instante a consultar la pantalla nuestro
teléfono (estudios recientes afirman que, como media, consultamos nuestro
teléfono cada once minutos). Necesitamos sentir que estamos conectados aún
estado distanciados (“Separados pero Conectados”). Cuando estamos solos nos
sentimos infelices, por eso necesitamos del otro. Queremos tener la certeza de
que alguien nos quiere, que se preocupa por nosotros, que está interesado en lo
que nos pasa… Buscamos en el entorno digital esa certeza de forma inmediata.
Generamos en las redes interacciones que fuera de ellas nos resultarían
imposibles e inadecuadas, ya sea por la hora a la que se producen, el contenido
de la conversación o, simplemente, porque ese contacto fuera de ellas no se
habría producido porque iría en contra de muchos convencionalismos sociales.
Sentir que podemos encontrar a alguien cuando nos sentimos
infelices y exponerle lo que nos pasa, aunque finalmente no lo hagamos, reduce
nuestros niveles de ansiedad. El mero hecho de creer que hay alguien a quien
podemos pedirle ayuda nos ayuda a afrontar mejor cualquier acontecimiento negativo.
A mi modo de ver, aún pudiendo tener muchas ventajas, las redes sociales
también tienen sus desventajas.
La primera y más evidente es la pérdida de
intimidad. Pero por encima de ella, considero que hay otra mucho más peligrosa
y que nos ha llevado miles de años de evolución conseguir: la capacidad de
manejar habilidades y claves comunicativas que nos permitan acercarnos
realmente a otra persona. La capacidad de crear una relación de confianza real
con el otro. Porque, como decía al principio, para poder superar momentos
difíciles y poder decir que nos hemos enamorado bien necesitamos de algo más
profundo y sincero que Facebook, WhatsApp o Twitter para poder ser.
Un ejemplo de esto que expongo creo que lo refleja un
documental que hace poco vi de nuevo “Catfish” que habla acerca de los engaños
en la construcción de las identidades virtuales en una plataforma como
Facebook.
Amigos en Facebook para Combatir la Infelicidad
Reviewed by Ignacio Bellido
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14:24
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Hemos pasado del abrazo a teclado y eso al cerebro parece bastarle.
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