Los Días que los Milagros Existen
Cuando amanece soleado tres días seguidos un mes de
noviembre en Salamanca pienso que los milagros existen. También me sucede cuando he bebido y despierto sin resaca o, en primavera, cuando hago la declaración de la renta y me sale a devolver. En días así, al asomarme a la
ventana pienso que, cuando la gente está fuera de su casa, todo el mundo es
bueno. El borracho que va en busca de su primer trago cuando sin que el sol se
haya levantado y el que, aún sin acostarse, busca un último ardor que le mantenga
prendido a la noche. El político en su silla, el cura en su misa, el
maltratador que sólo toma manzanilla y hojea la prensa para comprobar si el
cupón que compra cada tarde al mismo ciego desde hace años salió premiado… Hay
días en los que creo que los milagros existen.
Mirándote dormir me convenzo de que los milagros existen. Cuando
nos conocimos, los dos estábamos con alguien, tú mal enamorada por un viejo
amigo y yo con una cocinera que me provocaba dolores de barriga. Los dos hemos
tenido que soltar muchas cosas: un pasado, mucho tiempo, todas las pequeñas
historias plagadas de mentiras que hasta entonces nos contábamos, esfuerzo,
piezas rotas que cargábamos con nosotros sin conocer cuál era su sitio y otras
muchas, mal pegadas, que estaban donde no debían. Verte ahora, revoloteando mis
sábanas con tus brazos al despertarte, me confirma que ha valido la pena, que
siempre es mejor caerse muchas veces con la persona adecuada que permanecer en pie
con la equivocada.
Observar cómo despliegas tus alas cuando despiertas, comprobar
en tu mirada que no temes al viento ni la dirección en la que sopla, me
despierta el deseo de ser tu vendaval. Verte posar los pies sobre la alfombra como
quien idea una nueva formas de despegar, sin maletas que facturar y sin un
pasado por el que pagar por exceso de equipaje, me empujan a hacer escala en
cada centímetro de tu piel.
Esta ventana ha tenido muchos años la persiana bajada
mientras pasaba las noches recorriendo las calles asomándome a lo prohibido
contándole a todo el mundo que no te había encontrado o que te había perdido. De
un tiempo a esta parte, quiero que sepas que duermo siempre con la ventana abierta por si quieres volver y necesitas
descansar. Aquí te espero, en esta cárcel que nos ofrece los barrotes de la
cama mientras, afuera, todos olvidan el cuento en el que nunca aparecías.
Abajo en la calle continua el ajetreo. Todo el mundo sigue
pareciéndome bueno: la maruja que compra en la frutería, el mecánico en su
taller, el banquero que lee novelas de Saramago y el comercial que sigue
buscando una pandilla de amigos.
Hay días en los que creo que los milagros existen.
Los Días que los Milagros Existen
Reviewed by Ignacio Bellido
on
13:21
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nice blog
ResponderEliminarpahervesh.in